Por Ing. Fernando Padilla Farfán
Observamos que la política ha perdido su esencia y su filosofía. En la actualidad la política ha sido reducida a un medio para conseguir poder político y riquezas. Nadie recuerda ya que la política es para servir a los demás. La necesidad del ejercicio político dio lugar a los partidos políticos, pero estos han sido secuestrados por élites privilegiadas que con el transcurrir del tiempo, sus miembros se convirtieron en usufructuarios de los cargos públicos obtenidos por el sufragio, adueñándose también de los puestos de cualquiera de los niveles de la administración pública, de acuerdo al partido que detenta el poder político. Aunque parezca contradictorio, estas prácticas las llevan a cabo todos los partidos políticos independientemente de sus ideologías o principios filosóficos.
Las ambiciones políticas de sus practicantes no tienen medida, han caído en las profundidades del cinismo humano. Los partidos están convertidos en verdaderas franquicias con beneficios sólo para unos cuantos. A lo anterior se agrega algo que se está consolidando como una costumbre de fuerte raigambre: la participación en cargos de elección popular de personajes del vodevil como payasos y deportistas, que independientemente de su oficio son personas sin experiencia política, y la idea que tienen de ese tema es lejana y nebulosa. Indiscutiblemente que hay algunos personajes populares con posibilidades reales de contar con el apoyo de los electores particularmente por el desprestigio que como pesado lastre cargan los políticos. El ejemplo más claro de lo que aquí se comenta, es la probabilidad de que un payaso (de oficio) pudiera gobernar la ciudad de Guadalajara, de acuerdo a lo que arrojan las encuestas.
A lo anterior se suman otras prácticas que resultan anti democráticas asumidas prácticamente por todos los partidos políticos. En los listados de candidatos que han conformado las dirigencias partidistas, se pueden observar nombres de personas vinculadas sentimentalmente o familiarmente con los dirigentes de los partidos políticos o personajes de poder, pero que en la mayoría de los casos no cumplen con los más mínimos merecimientos por carecer entre otro requisito, de trabajos en beneficio de la comunidad militante. En el actual proceso electoral, que es para elegir a los que ocuparán una curul en San Lázaro como diputados federales, se han registrado una cantidad importante de prospectos que nada tienen que ver con la política, lo que contribuye negativamente en el concepto que los ciudadanos tienen de esa ciencia, que, por cierto, no está en su mejor momento.
Los partidos de reciente creación, obviamente con reducido número de militantes, se han dado a la tarea de ofertar candidaturas a artistas, futbolistas, cómicos y cantantes, creyendo que su popularidad aportaría los
votos necesarios para que esos institutos políticos conserven el porcentaje que requieren para que el Instituto Nacional Electoral no les cancele el registro.
Ante la férrea decisión de obtener votos a como dé lugar, omiten considerar algo que es de suma importancia: La experiencia política es fundamental para tener un buen desempeño en los cargos públicos, sean cuales sean. Está comprobado que cualquier persona sin la experiencia necesaria en ese campo y sin formación ideológica, su desempeño será pobre y lamentable.
Pero ahora, en el proceso electoral actual, está ocurriendo algo que los ciudadanos no tan solo reprueban, sino que los hace mostrarse molestos y defraudados. Se ha armado todo un escándalo en la ciudad de México con la gran cantidad de jefes delegacionales que abandonaron sus puestos para correr tras una candidatura federal. El asunto no es menor. Es pertinente aclarar que todos los jefes delegacionales al asumir el cargo presentaron a los electores un plan de trabajo que comprendía todo el periodo del encargo, y se comprometieron –todos- a permanecer en ese puesto hasta el último día de sus funciones. Pero no ha sido así. Los aludidos han decidido abandonar sus puestos como jefes delegacionales para correr en pos de una candidatura para diputado federal. Lo vergonzoso es que tras su ambicionada huida dejan tareas pendientes. Varias obras iniciadas quedan inconclusas con el riesgo que así permanezcan, si se considera que regularmente al sucesor puede no parecerle prioritario lo que el anterior inició o proyectó. Para otros, según se asegura en la capital del País, la diputación federal representaría una puerta de escape hacia la impunidad, porque dicen que en una rigurosa auditoría las cuentas no les cuadrarían. Otros saltarán de su puesto a la diputación, con el propósito de mantenerse el mayor tiempo posible en los primeros niveles de la política para disfrutar de todos los privilegios que otorgan los cargos públicos.
A los que dejan un puesto para ocupar otro, la conseja popular les ha llamado “Chapulines”, porque saltan de un cargo a otro. Ésta es una práctica que se ha notado más en la capital por estar concentrados aquí la mayor parte de los medios de comunicación más importantes e influyentes, pero esto se ha venido dando desde hace muchos años en los estados (en unos más que en otros). El grave problema es que este tipo de prácticas tienden a generalizarse.